El Mundial se marchó haciendo justicia. El tiki taken de Alemania se impuso a la pasión argentina reivindicando la apuesta por el balón y por la parte más difícil de jugar al fútbol: salir a jugar.
Nadie dice que esperar en campo propio sea sencillo, requiere de un exigente ejercicio de concentración de hombres y de delanteros con alma de mártires, que juegan en solitario, abandonados a su suerte diría yo. Messi ahora sabe lo que sienten sus pares del Levante o del Granada, el suplicio de ver a tus compañeros tan lejos.
Amén de la absurda denominación de Messi como “el mejor”, la “Pulga” no ha estado en el Mundial, buena parte por parecer invisible, pero el gran problema de su ausencia es la falta de funcionamiento colectivo, eso que le sobra en Barcelona y que fue el distintivo de esta Alemania.
En el fútbol gana el que juega bien, el que juega mal, el que lo intenta y el que renuncia a jugar. Oportunismo que se llama. Pero si algo distingue a este título germánico es la FORMA. Los campeones por garra y oportunismo disfrutan el momento al máximo porque saben que sirvió para ese objetivo puntual, pero que difícilmente sirva para una auténtica hegemonía.
Campeones como esta Alemania, de camino largo (cuatro intentos consecutivos estando entre las cuatro mejores),perduran y marcan una tendencia.
Mientras Messi siga intentando salvar a una selección, millonariamente pobre, los alemanes amenazan al mundo con dominarlo por largo tiempo.
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